viernes, 19 de octubre de 2012

Una sociedad de analfabetos emocionales

Siempre he creído que la crisis económica en la que nos encontramos sumidos es una crisis mucho más profunda de valores y emociones.
Vivimos en una sociedad donde en materia emocional no hemos sido educados, conocemos los últimos avances de la ciencia y nuestros hijos van al colegio con un ultimo modelo de portátil, pero nadie les explica como construir su autoestima o adquirir empatía hacia sus semejantes. Sin duda es más fácil manejar un ordenador que aprender a manejar la compleja máquina de nuestras emociones, por eso es frecuente creer que no podemos hacer nada y que nos toca vivir con ellas y ante una reacción que no nos gusta es frecuente justificarse con las frases:” Es que soy así, tengo un carácter fuerte o difícil, entendida como una justificación para no trabajar en nuestras emociones y por tanto modificar así nuestras reacciones.
La tendencia general es reprimirlas y evitar así sus efectos negativos. Toda vía recuerdo un compañero que ante una reacción de enfado se quedó perplejo mirándome sorprendido de mi reacción frente a su aparente calma y sosiego que posiblemente le generase alguna incómoda reacción física que no asociará al acontecimiento.
No queremos dejarnos llevar por las emociones , pero las sentimos de un modo u otro y reprimirlas deja heridas también en nuestro cuerpo, que son si no ,las frecuentes gastritis, contracturas musculares, problemas en la piel y hasta otras dolencias mas graves,, son los reflejos de nuestras emociones reprimidas.
En nuestro momento histórico más que nunca. Los cambios profundos y acelerados de nuestra sociedad industrializada y consumista presionan fuertemente en equilibrio de los individuos y los colectivos, no sabemos quienes somos o quienes deberíamos ser para adaptarnos a la sociedad en la que vivimos.
Yo no quiero ese deportivo, pero quiero el amor de ese grupo de gente que me querrá más cuando tenga ese coche.
El estrés, la inseguridad, el malestar, la depresión, las dificultades de convivencia, la agresividad, el poder, la violencia. Son cada vez más frecuentes para el conjunto de la humanidad.
La cultura occidental ha creado una separación entre pensamiento y emoción que debilita la unidad de la persona.
En contraposición a todo esto, sabemos que la plasticidad del cerebro humano es permanente y posibilita que podamos modificar el pensamiento y las emociones a lo largo de nuestras vidas. De esos cambios y la educación de las emociones depende que estas influyan positiva o negativamente en las personas y por tanto en la sociedad. Podemos interpretar nuestra vida emocional e introducir cambios y podemos ayudar a otros a interpretarse y a mejorar. La relación entre pensamiento y emoción es constante como lo es entre mente y cuerpo y por tanto entre emoción y salud.
Las emociones realizan la función de regular el desarrollo individual y social. El ajuste consigo mismo, con los otros y con el entorno genera satisfacción y equilibrio personal y por tanto social.
Vivir las emociones permite descubrirnos y experimentar en que consisten, por eso debemos estar en disposición de conocerlas, llegar a conocer sus causas y descubrir las necesidades básicas que intentan satisfacer.
Vivimos en una generación llena de grandes avances y descubrimientos, podemos incluso pisar la luna y viajar a la velocidad del sonido, pero somos auténticos analfabetos emocionales.
Es evidente que debemos aprender muchas cosas para vivir y convivir, para ser personas más completas y construir una sociedad más humana y más justa, pero también debemos des- educarnos y por tanto cuestionar aspectos de nuestro modelo cultural.
Queremos ser respetuosos y solidarios, pero nos comportamos como individualistas y excluyentes, por procedimientos adquiridos o soluciones aplicadas en sentido contrario.
Debemos encontrar nuevos caminos para resolver los problemas de siempre y plantearnos nuevas preguntas. Debemos replantearnos valores como el bienestar, la solidaridad, la felicidad, el amor y darnos cuenta de su significado para nosotros. Ello nos llevará a nuevas prioridades vitales. A cambiar para mejorar personal y socialmente, en lugar de acomodarnos a la sociedad en que vivimos y renunciar a mantenernos vivos.