domingo, 29 de octubre de 2017

¿TE ATREVES A SER TÚ MISMO?


Así como hay dos polos en un imán, uno positivo y otro negativo, las personas también cargamos con dos personajes en disputa; uno de ellos es el que se afana por el éxito material y el otro que aspira a elevarse espiritualmente. “Dos personas han estado viviendo en ti durante toda tu existencia; una es el ego: charlatán, exigente, histérico, calculador; la otra es el ser espiritual oculto, cuya suave y sabia voz has oído y atendido sólo en pocas ocasiones”.

El ego es una imagen de nosotros mismos que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida. Esta especie de personaje incluye creencias sobre cómo somos y sobre cómo deberíamos ser. El ego nos condiciona a creer que la fantasía que tenemos de nosotros es lo que somos.
La paradoja surge cuando, aun habiendo sido nosotros sus artífices, nos identificamos tanto con nuestro ego que acaba dictaminando nuestro comportamiento cotidiano. Esto sucede especialmente en nuestras relaciones con los demás. Un ejemplo de ellos sería que la mayoría de las personas de nuestra sociedad occidental mantiene de forma inconsciente la creencia de que en una discusión uno debe tener siempre la razón ya que, de lo contrario, esto será interpretado por los demás como un síntoma de debilidad e incluso de cierta estupidez. Esto hace que nos embarquemos a menudo en conversaciones vacías en las que, más que el escuchar y el enriquecimiento mutuo, lo que se da es una lucha entre egos hambrientos de atención y protagonismo. Este estado mental hace que, a menudo, cerremos las ventanas de nuestro ser por miedo a que nuestro ego salga lastimado de la batalla, impidiendo de paso que bocanadas de aire fresco lleguen hasta nosotros. El principal beneficio que sacamos de proteger nuestro ego es una sensación inmediata de seguridad. Esta sensación nos llega cuando logramos ponernos una etiqueta que describe quién somos (yo soy una persona que siempre tiene razón, que se sacrifica por el bienestar de los demás,  yo soy un buen profesional, yo soy sabio y con experiencia, yo soy una persona alegre y despreocupada...). Si pensamos sobre esto en profundidad, en seguida nos daremos cuenta que la sensación de control que esto nos proporciona es totalmente irreal. Sin duda, el ponerme una etiqueta me alivia porque me evita tener que decidir a cada instante quién o qué soy, me da una boya a la que agarrarme para no tener que luchar con la marea.
Sin embargo la boya nos impide movilidad. Así mismo actúa nuestro ego sobre nosotros: es como un apuntador que nos dicta qué parte del diálogo debemos recitar en cada momento.

La psicología cita que el ego es como el falso yo; algunas características del ego serían: hablar a espaldas de las personas para sentirnos mejores que ellas, encontrar los errores en nuestros subordinados para sentirnos superiores, o no aceptar que nos equivocamos, negándonos la oportunidad de aprender de nuestros errores. Se puede ser altruista y bondadoso para “mostrarnos” ante los demás y eso… también es ego.
Todos tenemos una inmensa colección de máscaras, las utilizamos según nos convenga ya sea en el ambiente social, laboral, familiar, de pareja, etc, las tenemos adheridas.
No sabemos diferenciar qué hacemos por nosotros mismos y qué hacemos por la manipulación del ego… El ego es una personalidad inferior que se crea cuando la persona tiene una autoestima baja, es decir, una sensación de baja valía y competencia personal. El ego, a través de sus múltiples manifestaciones, trata de ocultar a toda costa que la persona se siente internamente insegura, no valorada y poco querida.  Es por esa misma razón que utilizamos las máscaras para ser “aceptados”,
Pero lo real es que cuando nos conocemos, muy pocos podemos ver detrás de nuestras máscaras; no vemos a la persona, sino al personaje que la persona creó al sentirse desprotegida para así tapar las partes que podrían generar algún tipo de dolor, de esta manera nos sentimos más seguros en nuestra zona de confort, pero también más vacíos y desconectados de otros.
Para no correr riesgos utilizas una máscara (coraza o escudo protector) que es distinto a quien realmente eres: simple y vulnerable.  No sueles mostrarte de esta manera, ya que consideras que si la gente descubriera cómo eres en el fondo, no tolerarías ni la exposición, ni el altísimo nivel de vulnerabilidad que te conecta a la realidad en la que vives.
Tu mejor defensa para no mostrar tu vulnerabilidad, es mostrar máscaras, y de esta manera intentas suavizar el efecto de un rechazo.  Estas mascaras levantan paredes indestructibles entre las personas, ya que antes de entablar una relación sincera el boicot ya se ha activado, y la posibilidad de una conexión emocional, también.
Tú eres el que hiere primero, antes que aparezca la remota posibilidad de que te hieran a ti, y abandonas, mientes, engañas.  No es un mecanismo consciente, ya se ha instalado en tu subconsciente, y esta situación se repite ante estímulos similares.
Además, tu máscara cumple otra función: atraes gente que se ve seducida por esta actitud que has inventado, y no por quién realmente eres.  Al no poder dejar emerger tu verdadera personalidad, buscas personas que refuercen tu personaje y si te descubren y empiezan a ver tu verdadera persona sientes miedo y te alejas.  Prefieres relacionarte desde tu personaje y no desde el interés genuino en quien busca una conexión emocional contigo pues eso te aterra. Eso produce que las personas que no lleven máscara, cansadas acaben alejándose de ti, pues tu personaje ya les aburrió y vieron tu persona, pero tú no dejas que se acerquen a ella, no confías en ellas, porque no confías en ti.
 De este modo, ya sabes de antemano que nunca llegarás a algo concreto con parejas que logren ver más allá del personaje, sean ocasionales o con algún rasgo de estabilidad.  Eliges continuar en la misma posición, para minimizar  la posibilidad de sufrir.
Cada vez que aparece alguien que lee a través de todas tus máscaras, que logra una empatía muy especial contigo, y se conecta con tu vulnerabilidad y tus emociones más íntimas, esto te deja desprotegido e indefenso, sin saber qué hacer o cómo reaccionar, ya que en este caso los mecanismos de defensa inconscientes que venías activando no surten efecto. Esas personas suelen ser personas auténticas, por supuesto tienen ego, pues es inherente al ser humano, pero están liberadas de sus máscaras del ego, lo han transcendido al desnudarse ante sí mismas y ante el resto, han sufrido y se han sentido vulnerables, han aceptado sus luces y sus sombras y saben que no pueden gustar a todo el mundo y aun así se gustan a sí mismas. No necesitan protegerse constantemente ni crear personajes, pues viven con su persona.
Puedes deshacerte de tus máscaras si verdaderamente lo deseas.  La oportunidad de cambio hacia relaciones más gratas y saludables está en tus manos, sólo depende de ti decidir que ha llegado el momento oportuno para dejar las máscaras atrás y dejar que tu personalidad fluya, solamente tú lo decides.
¿Te atreves a ser tú mismo?

No hay comentarios: