miércoles, 13 de diciembre de 2017

NAVIDAD , TIEMPO DE HONRAR A LOS QUE TRAJERON LA VIDA


La Navidad es tiempo de costumbres que  invitan a participar de un  mensaje de amor y de entrega. La Navidad es, además, la fiesta de los reencuentros familiares y reúne a varias generaciones cuyos dos polos principales son los nietos y los abuelos. De hecho, cuando estos últimos pueden, son ellos los que reciben a la familia. Es la manera de “ocupar su lugar”. En esta época, compartir las tradiciones en familia y  transmitir la importancia de dar y recibir amor, de ser solidarios, de alimentar el espíritu y de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, se convierten en el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros seres queridos. Cada Navidad es una nueva oportunidad para colocarnos en el lugar que nos toca en nuestro sistema familiar, en el de hijos, nietos, padres, hermanos o compañeros. Nos gustaría que, por lo menos en Navidad, olvidáramos los rencores del pasado y prevaleciera siempre el perdón y la reconciliación, para conseguir una convivencia navideña llena de felicidad y de paz entre todos los seres humanos y, en especial, en cada una de nuestras familias. La Navidad nos lleva a sentimientos encontrados, al reencuentro con la familia y al recuerdo de los que ya no están. Recuerdo, de niña, el amor con que mi abuela preparaba estas fiestas para que todos nos reuniésemos alrededor de una mesa con una hermosa vajilla de cristal y los mejores manjares, el color rojo de los bombones de Nestlé y los colores brillantes de las galletas surtido iluminaban aquel comedor de madera. Todo depende de las expectativas que pongamos y el amor disponible. Si durante el encuentro familiar podemos dar amor sin esperar nada a cambio, pedir lo que necesitamos y hablar desde lo que sentimos  sin juzgar a nuestros seres queridos, entonces podremos sentir la esencia de la verdadera Navidad, la de la gratitud por los reencuentros, la de los abrazos esperados, la aceptación de que cada uno puede dar y entregar aquello de lo que dispone, y no más.

Las familias tienen pautas rígidas de funcionamiento y cuando se reencuentran de nuevo se vuelve casi de forma automática a esa rígida homeostasis enfermiza. Cuando algún miembro que está más sano deja de funcionar con los viejos patrones, el resto se resiste y se crean los conflictos. Ese que empieza funcionando de modo diferente siempre es considerado en la familia ”la oveja negra”. No se trata de volver a lo antiguo ni de imponer lo nuevo, solamente de respetar a los otros y pedir lo que necesitamos, desde la humildad. Solo de ese modo las situaciones pueden fluir y el reconocimiento del otro puede llevarnos a poder dar y recibir el amor en sus diferentes manifestaciones. Tal vez necesitamos un abrazo de mama y no lo pedimos y ella nos regala un jersey de angora para que nos abrace por ella, pues nadie la abrazó ni le explicó la importancia de hacerlo; tal vez tu abuela ya le tejía a ella esos jerséis como forma de amor y es esa su expresión amorosa. Puede que solo necesites palabras amables y que tu madre te diga que lo haces bien y recibas una silla para sostener tu peso pues ella no conoce otra forma de sostenerte. Si sabemos ver en lo sutil de las cosas, siempre podemos encontrar el amor o el miedo en cada conducta. En cada detalle están las dos emociones encontradas, que de forma mágica y misteriosa en Navidad se reúnen a cenar juntas con toda la familia. Entre luces, dulces, brillos y copos de nieve parece que lo invisible se hace más visible y se siente quienes están cerca y quienes, a pesar de la distancia, se siguen reuniendo al lado de nuestros corazones a cenar.
Por qué no pedir ese abrazo y darlo; tal vez si humildemente explicáramos lo importante que es para nosotros el reconocimiento de mamá o papá…
Este año he comprado un mantel nuevo de Navidad en honor a mi abuela y al amor que ella ponía en la mesa durante las fiestas y unos vasos nuevos para recoger el fluir de nuestro sistema familiar. Pondré unas velas para iluminar nuestros corazones y una intención de aceptar que, a pesar de todas nuestras diferencias, hay algo común en nosotros y es el amor que sentimos y el profundo deseo de que cada Navidad sea mejor que la anterior y podamos sentir el amor de nuestro sistema familiar. Habrá sitio para todos, los que vengan y los que no puedan venir y un pensamiento de amor y reconocimiento para cada uno de ellos. Para los que ya no están y miran desde las brillantes estrellas como el cristal de bohemia, un espacio en el corazón y el agradecimiento por un legado de amor.
Os recomiendo que cada uno viva estas fiestas desde la humildad y la gratitud, que mantengamos el ego a raya en cada instante compartido, aceptando las diferencias de nuestros seres queridos, no queriendo tener la razón y regalándosela esta vez al mayor que, por orden, es legítimo y llegó antes a la vida. Que expresemos con abrazos, besos, caricias, palabras de amor y miradas dulces nuestros mejores sentimientos por aquellos que nos dieron la vida, nuestros padres, por aquellos que dieron la vida a quienes nos dieron la vida, nuestros abuelos, por quienes vienen del mismo lugar que nosotros, nuestros hermanos, por quienes nos acompañan en nuestro camino, la pareja y por supuesto por quienes son la prolongación de nuestra vida, nuestros hijos. Pero démosle el lugar que tienen en la vida, valoremos el orden de llegada y honrémosles solo por ser. Es también un buen momento para acercarnos a aquellos de quienes elegimos aprender, amigos, compañeros de trabajo, jefes, todos ellos no están en nuestras vidas por casualidad sino para aportarnos algo y reflejarnos en ellos. Atrevámonos a observar nuestras luces y nuestras sombras a través del espejo de otros, soltar el miedo y volver al amor, al lugar que en esencia nos corresponde a todos. Avivemos en estas fiestas las llamas de nuestros corazones, juguemos como niños y sintamos sin miedo nuestro sistema familiar desde la gratitud y el respeto que se merece, pues algo milagroso emerge de él: nuestra vida.